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Los Estudios Ghibli, una leyenda que aún no termina.

Los Estudios Ghibli, una leyenda que aún no termina

 

 

Los primeros dibujos que vi en mi vida supongo que los vi en casa, en nuestra pequeña tele en blanco y negro de 14 pulgadas y carcasa roja, pero no guardo recuerdo de ello. Lo que si recuerdo con lucidez es que, con cuatro años, en la última hora de las clases de párvulos, la maestra desplegaba un antiguo reproductor de bobinas y una pantalla extensible, apartábamos los pupitres, colocábamos las sillas en filas, bajaba un poquito las persianas, y nos ponía 2 o 3 capítulos de Heidi, para nuestro regocijo e, imagino, para darse un pequeño respiro después de estar trajinando con niños pequeños toda la mañana.

Este cine casero lo montaba una vez por semana o así, tampoco recuerdo muchos más detalles, pero si la sensación de felicidad que aquel acontecimiento me suponía. Es una de las evocaciones de mi niñez que atesoro con más claridad y cariño.

En aquel momento no sabía que lo que estaba viendo era anime, y mucho menos que se trataba concretamente del género Kodomo, niño en japonés, cosa que tampoco sabía hasta hace una semana, y que comparto para que vayamos conociendo juntos la jerga. Relacionado al manga o el anime se refiere a infantil, ya sea con tintes más humorísticos o dramáticos, con representantes tan conocidos como la propia Heidi, Marco o Doraemon.

Solo sabía que las desventuras de aquella niña huérfana en una cabaña en las montañas de los Alpes junto a su, en principio intimidante y huraño, pero después atento y amoroso abuelo, más el gigantón perro Niebla, el pastorcillo Pedro, las cabras y demás fauna y paisajes alpinos me fascino desde el principio.

 

 

Mucho menos podía imaginar que este primer acercamiento a la animación japonesa (Quizá ya había visto algo de “Mazinger Z”, pero como decía antes, no guardo recuerdo de eso) me llevaría, 39 años después, a estar escribiendo este reportaje sobre los estudios Ghibli con motivo de la aparición en cines de “El chico y la garza”, quizá la última película de Miyazaki, y digo quizás, pues después de cuatro retiradas oficiales, y 82 años a sus espaldas, aún se habla de que ya está trabajando en un nuevo proyecto, pero eso solo el destino lo sabe.

De momento, congratulémonos de tener esta obra en cines, que yo al menos estoy deseoso de ver en pantalla grande, y más después de pensar que “El viento se levanta” había sido la última oportunidad de disfrutar de un acontecimiento así , y mientras tanto, demos un paseo por la historia y filmografía de este absoluto genio, que junto con Takahata y Suzuki dieron forma a un estudio y una forma de concebir la animación que cambiaria, no solo la concepción del anime en el mundo, ni siquiera de la animación, como lo hiciera Disney en su momento, sino la forma de hacer y contar las cosas en una pantalla de cine.

Hablar de estudios Ghibli es hablar del amor, del amor por las historias, por el dibujo, por la tradición, por la naturaleza, por los aviones, por las flores, las nubes o los animales, amor por esa mirada infantil, limpia y asombrada, que no es exclusiva solo de los más pequeños, pues como reza la dedicatoria del autor de El principito:

“Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona grande.
Tengo una seria excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo.
Tengo otra excusa: esta persona grande puede comprender todo; incluso los libros para niños.
Tengo una tercera excusa: esta persona grande vive en Francia, donde tiene hambre y frío.
Tiene verdadera necesidad de consuelo.
Si todas estas excusas no fueran suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona grande fue en otro tiempo.
Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria:
(A León Werth, cuando era niño).

Pocos, sí, pero algunos lo recuerdan toda su vida.

 

 

Hablar de los estudios Ghibli es hablar de magia y tecnología, de encuentro y perdida, de mundos que ceden el paso a otros mundos cuando se acaba su tiempo, como ya nos contara Tolkien en su obra, a veces de forma violenta, como un choque, y otras abnegada y melancólica, cediendo el testigo con la única condición de que escuches un relato, de que lo escuches de verdad y lo aprehendas dentro de ti, y a poder ser lo trasmitas, porque las historias, los cuentos, son lo único que nos queda cuando el mundo se mueve. El resto solo es caos, dolor y llanto, hasta que de nuevo se asienta, y entonces, cuando menos lo esperas, vuelve a moverse.

Hablar de estudios Ghibli es hablar de Miyazaki, Takahata, Suzuki y de la cultura japonesa, claro, pero también de Saint Exupéri  y Ronal Dalh , aviadores que miraban asombrados como niños un paisaje que solo ellos podían ver, navegando sobre un mar de nubes plateadas por la Luna en la noche estrellada, como afortunados testigos de otro mundo, aventureros, cuenta cuentos, soñadores despiertos, y tan generosos que los compartieron con el resto de nosotros por medio de su literatura.

Y también los mundos que Carroll creo para su Alicia, o de los viajes que Swift soñó para Gulliver. Es hablar de oriente y de occidente, del sintoísmo, el budismo y de la tradición y los paisajes europeos, pues, según la concepción de Miyazaki, los cuentos son universales y sus enseñanzas y belleza nos pertenecen a todos.

 

 

Hablar de estudios Ghibli es hablar de anime y del más alto cine, cosa que a muchos parecerá antitética y les hará arrugar el ceño, pero que no lo es en absoluto. Es hablar de poesía, si poesía, pues la poesía no es solo acumular versos y rimas. Pero para que os voy a hablar yo de poesía cuando ya dijo mi paisano Federico, hace casi un siglo sobre ella que “Es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas

Pues eso.

Pero ahora vamos a abandonar un rato la lírica y cambiarla por los fríos datos, pues, aún repetidos diez mil veces en otras tantas publicaciones, son fundamentales para conocer el origen del estudio y sus creadores, y así comprender mejor su obra, Y para ello vamos a empezar con su alma mater.

 

Hayao Miyazaki, el corazón de Ghibli

 

Hayao Miyazaki nació el 5 de enero en Bunkyo, en Tokio, Japón. Ya sabemos como estaba el mundo en aquellos años, y aunque Miyazaki era solo un niño, siempre ha comentado como un par de hechos marcarían para siempre su vida y su obra; unos bombardeos y la huida junto a su familia de una ciudad en llamas. Cuenta de esto último como al mirar atrás vio un cielo rojizo en la noche que se grabó en su memoria.

También vivió, durante su niñez y primera juventud, como el país tuvo que renacer de sus de sus cenizas, convirtiéndose a pasos agigantados en una sociedad más occidentalizada y moderna, lo que inevitablemente también trajo un alejamiento de sus tradiciones, especialmente del sintoísmo y de su entendimiento milenario de la naturaleza, con sus miríadas de dioses y seres mágicos.

No vamos a entrar ahora en profundidad en el sintoísmo, más cuando, tras la entrada del budismo desde la asía continental, se produjo un sincretismo religioso en el que es difícil discernir que es que, solo decir que es una sofisticación del animismo, la más antigua forma de religión, y que es la amalgama de creencias y costumbres tradicionales propia de Japón. Esto también influirá definitivamente en su obra, como veremos más adelante

Miyazaki no vivió la pobreza de aquellos años, pues su padre era el director de la empresa Miyazaki Airplane, que fabricaba piezas para aviones, por lo que la situación para su familia era desahogada. La ocupación de su padre es otro punto fundamental de esta historia, pues de ahí le vino la pasión por estos aparatos, viéndose reflejada en gran parte de su obra, en especial en películas como “Porco Rosso” o “El viento se levanta”.

Pero eso no le impediría ver la miseria que trae la guerra a su alrededor, por lo que en sus historias casi siempre sobrevuela la idea del conflicto, y sus héroes suelen ser más mediadores entre las partes que guerreros venidos a salvar a nadie en concreto. También se ve reflejada la carencia de aquellos años en que en muchos de sus relatos aparecen niños o adolescentes trabajadores, tremendamente resueltos y maduros, como el niño minero de “Laputa: Un castillo en el cielo”, o la joven mecánica de aviones de “Porco Rosso”, entre otros.

Su madre, Yoshiko Miyazaki, era un ama de casa de fuerte carácter, cosa poco habitual en el Japón de la Época, pero de salud frágil, pues sufrió tuberculosis durante gran parte de su vida, teniendo que pasar largas temporadas retirada en el campo, lo que se refleja sobre todo en una de sus principales logros, “Mi vecino Totoro”. Aquella forma de ser de su progenitora es otro punto determinante en su obra, viéndose reflejado en la multitud de mujeres fuertes que aparecen en sus películas, pues ya desde la seminal Nausicaa, muchas de sus protagonistas son féminas determinadas e independientes, que no necesitan de un príncipe que las rescate, si no que toman las riendas de su destino con un valor y una energía impropias de aquellos tiempos en el cine.

Con esto, y su pasión desde niño por dibujar, el manga, el anime y las historias, nos podemos conformar una ligera idea del personaje. Pero antes de poder dar rienda suelta a su verdadera razón de ser, Miyazaki tuvo que pasar, como buen japonés con posibles, por la universidad, donde estudió ciencias políticas y economía, hecho que no tendría más trascendencia en su biografía, de no ser porque conoció a su alma gemela, sin que el esta historia podía haber sido muy diferente.

 

Isao Takahata, el genio que descubrió al genio

 

Takahata nació en 1935, por lo que es mayor que Miyazaki, y vivió con más conciencia aquellos años turbulentos. De ahí se explica en parte lo de “La tumba de las luciérnagas” también conocida como la película más triste de la historia, pero ya llegaremos ahí.

Miyazaki y Takahata coincidieron en la Universidad de Tokio, donde este último estudiaba literatura francesa, sin pensar demasiado en el dibujo, que no era más que un hobby para él. Fue al ver la película de animación francesa “Roi et l`Oiseau” que le dejo maravillado, cuando decidió que era a aquello a lo que quería dedicar el resto de su vida. A pesar de la diferencia de edad, los dos se hicieron grandes amigos por sus ideologías contestatarias y su pasión por la animación y las historias.

Takahata, que siempre fue muy lanzado, comenzó a trabajar en Toei animation sin apenas saber animar, pero como ayudante de dirección aprendió rápido todo lo que se necesitaba para hacer una película animada. Pronto llevaría con él a su amigo, pues supo reconocer al genio sin igual de la animación que habitaba en él, y a una persona con una mente diferente a todas a la hora de contar historias, y con la que al mismo tiempo se sentía muy cercano.

Y así, desde el principio, en su primera película “Las aventuras de Hols: Príncipe del sol”, de 1968, contaría con la participación de Miyazaki, y no solo como guionista e intercalador de imágenes entre otros muchos dibujantes, como suele figurar en las primeras obras de Takahata, si no que pronto fue su mano derecha, a la par que él fue su mentor en sus inicios en este mundo.

Más tarde trabajaría para Nippon Animation, donde nos dejaría una serie de animes que llevarían este arte al resto del mundo con un éxito nunca antes visto, salvo quizá por el iniciático “Astroboy” y el mítico mecha “Mazinger Z”. Miyazaki también lo acompaño en esta ocasión, y juntos hicieron, entre 1974 y 1979, “Heidi, la niña de los Alpes” “Marco de los Apeninos a los Alpes y Ana de las tejas verdes, tres pilares fundamentales para entender porqué el anime es hoy un fenómeno mundial.

No solo las historias estaban basadas y localizadas en la literatura y los paisajes europeos, o en Canadá en el caso de la última, lo cual ayudaba, y para lo que realizó numerosos viajes en los que tomo notas de campo, algunas tan precisas que ciertas localizaciones de Heidi, por ejemplo, aún se pueden observar hoy día tal cual las represento, si no que la forma de contar estas historias, sin ninguna condescendencia con los niños, más bien al contrario, era rompedora.

Heidi era una huerfanita que es prácticamente arrastrada por su tía Dete, que no parece procesarle mucho cariño a la niña, a la cabaña de su extraño y casi ermitaño abuelo, Marco recorre medio mundo, con la única compañía de un mono, en busca de su madre, entre calamidades y miserias, pues esta se fue a trabajar a Argentina desde Italia por la pobreza existente, y Ana es otra huérfana. Y aún así, hay mucha luz en estas obras, y bondad y optimismo (Todo esto parece que se le olvido en la peli de las luciérnagas, pero bueno, ya lo hablaremos) y corazones puros capaces de transformar a las personas y al mundo a su alrededor.

Además, la narrativa de estas obras estaba muy alejada de los productos audiovisuales infantiles más habituales por la época, con personajes complejos que, además, se iban desarrollando a lo largo de los capítulos. Como ejemplo podemos poner la transformación de “el viejo de los Alpes”  en “el abuelito de Heidi. ¡Sí hasta a la fría, intransigente y “jartible señorita Rottenmeier se le termina ablandando el corazón! Esto no era algo común entonces, y tampoco lo es tanto ahora, pues a los niños se supone que hay que ponerles cosas sencillas, aventuritas fáciles de digerir, pero Takahata estaba a otra cosa.

Ya asentados en estos éxitos, y con un Miyazaki comenzando a sacar lo mejor de sí en la serie “Sherlock Holmes” de 1984, donde llego a dirigir 6 capítulos en los que ya se pueden ver algunas de las señas de identidad propias del autor, y el éxito de “El castillo de Cagliostro”, él y Takahata decidieron montar su propio estudio, y aquí entrara la tercera e imprescindible pata de este banco.

 

Toshio Suzuki, el conseguidor

 

Toshio Suzuki nacido en 1948, por lo que es el más joven del triunvirato de Ghibli, y no es un genio creativo como los dos anteriores, por eso cuando se habla de los estudios se nombra a Miyazaki y Takahata, sobre todo al primero, pero no tanto a Suzuki, y citando al propio MiyazakiLos estudios Ghibli no existirían sin SuzukiTakahata se expresó siempre en parecidos términos.

Quien recuerde “Benjamin Buuton” recordara esa escena en la que todo se va sucediendo de forma que da lugar a un desenlace de lo más casual y desgraciado, y donde cada pequeño factor; salir un minuto antes o después de casa por haberte olvidado algo, por una llamada, un semáforo al que no llegas a tiempo y, en definitiva, una multitud indeterminada de pequeños acontecimientos, puede llevar un desenlace u otro. Al final, cada paso que damos nos termina llevando justo al lugar en donde estamos ahora, y son tantos los factores, las posibilidades, que pararte a pensar en ello, a reflexionar realmente sobre el destino, es una locura. Por eso es mejor no hacerlo y centrarse solo en aquello sobre lo que tienes control, que no es tanto, al fin y al cabo.

He cogido esta vía de servicio para referirme a la dificultad estadística que tiene el hecho de que estos tres tipos se encontraban, se entendieran, y crearan algo tan grande e influyente como los estudios Ghibli, y las muchas, casi incontables posibilidades de que las cosas se hubieran dado de otra manera.

Por ejemplo, la primera vez que Suzuki contacto con los dos genios de la animación para pedirles una entrevista tras “Horus; Príncipe del sol” estos se negaron, y ahí podía haberse acabado todo. ¿Habrían seguido haciendo animación Miyazaki y Takahata? Pues seguro que sí, y seguramente hubieran tenido mucho éxito, pues la genialidad la llevaban dentro y la intención de mostrarla al mundo estaba ahí, pero como ellos mismos afirman, si la actuación decidida de Suzuki, seguramente Ghibli, y todo lo que supone no hubiera existido nunca.

Y fue gracias a Suzuki, con un segundo y exitoso intento de entrevista en 1981, después del éxito de “El castillo de Cagliostro” basada en el famoso manga y anime “Lupin III”, y que fue el primer gran éxito de Miyazaki como director, cuando comienzan a trabar amistad. El propio Suzuki dijo que ahí fue donde empezó todo, y sería el quien facilitaría la creación y producción del manga “Nausicaa en el valle del viento”, y su posterior conversión en anime en 1984, siendo esta la primera película considerada del estudio Ghibli, aunque este aún no existía. El nuevo éxito de manga y anime, unido a la ya sólida carrera de ambos creadores, junto con la decidida intervención de Suzuki, daría lugar, en 1985, ahora sí, a la creación de los estudios Ghibli.

Suzuki ni dibujaba ni sabía contar historias especialmente bien, que yo sepa, pero es uno de los productores más importantes del cine Japonés y del mundo, y fue el él quien consiguió en última instancia que los estudios Ghibli fueran una realidad tal y como los conocemos. Y aquí mi reconocimiento y gratitud por ello.

Pero todavía me falta un nombre más, que, si bien no forma parte de los fundadores del estudio, como los tres anteriores, sí que es alguien indivisible de la filmografía del mismo, por más que en contadas ocasiones se le nombre cuando se trata el tema.

 

Joe Hisaishi, la banda sonora de Ghibli

 

Su nombre artístico se lo debe a su ídolo, el músico y compositor americano Quincy Jones, que en japonés sería Joe Hisaishi, pues su nombre real era Hisaishi Jō. Nacido en 1950, a muy corta edad comenzó a tocar el violín, y con el tiempo, llego a componer más de 100 bandas sonoras, entre ellas las de algunas de las mejores del estudio, como para el también gran cineasta japonés Takeshi Kitano, pues un musico extraordinario, y del que se habla muy poco cuando hablamos de Ghibli. Tanto es así que hasta cuesta encontrar información sobre él. El mejor homenaje y reconocimiento que se le puede dar es escuchar su maravillosa música.

 

“El viento se levanta, hay que tratar de vivir”

 

Tras el éxito de Nausicaa, que es una tremenda película en el que ya se ven muchos de los temas Miyazakianos, y que aunque fuera realizada antes de existir Ghibli, se la considera oficiosamente el inicio del mismo, vino la primera de Miyazaki en su propio estudio “Laputa: Un Castillo en el cielo” llamada solo “Un castillo en el cielo” para los hispano hablantes por razones obvias. Tuvieron toda la libertad del mundo gracias a un mayor presupuesto, lo que se traduce en tiempo, cosa que no tuvo con su film anterior, realizado a marchas forzadas en solo 9 meses. Esto se ve reflejado en mejores resultados, aunque en lo personal me quedo con Nausicaa. Pero esa libertad les llevó también a que el estudio viviera siempre al borde de la bancarrota y dependiendo del éxito de cada una de sus películas para sobrevivir.

Puede parecer curioso, pero es que esto creadores no tenían como prioridad la riqueza personal, si no lo que les permitiera hacer el mejor cine de animación posible, y el cine de animación es caro cuando buscas la excelencia máxima, y sí no que se lo digan al bueno de Walt Disney en sus iniciós.

Ahora podríamos extendernos hablando de cada una de sus entorno a treinta películas, hablando de sus tramas, sus temas y sus personajes, pero de eso hay mucha información por ahí, además, sería preferible que las descubrías por vosotros mismos, así que mejor os dejo solo una serie de indicaciones personales por si conocéis poco o nada la obra de Ghibli y queréis introduciros en el mediante ellas.

Por una parte, podéis empezar por el principio  con “Nausicaa del valle del viento”, que aún imperfecta es esplendida, o, por mágica, con “Mi vecino Totoro”, personaje que se ha convertido en un icono nacional para Japón, y que es una delicia llena de luz, o también podéis decidiros por “Porco Rosso”, que tiene una belleza y una historia muy particulares (“Un cerdo que no vuela solo es un cerdo”) O podríais ir directamente a “La princesa Mononoke”, que fue la que le dio autentica fama y reconocimiento mundial y que es un espectáculo lleno de magia en todos los sentidos, o a “Ponyo en el acantilado”, otra delicia.

Aunque siempre recomiendo, sobre todo si no conoces mucho este mundo o no te gusta demasiado el anime, “El viaje de Chihiro”, pues con esta no fallaras, ya que es difícil que a alguien no le guste esta obra, una de las cumbres del cine en general, y una belleza absoluta en todos los sentidos, posiblemente la película más perfecta del estudio, y seguro la más reconocida, pues gano el Oscar a mejor película de animación.

 

 

Takahata merece un aparte, pues solo dirigió cinco películas del estudio, y cada cual es distinta a las demás en cuanto a tono animación… ¡En todo! Takahata no era tan obseso del trabajo como Miyazaki, sino alguien más experimental, y cualquiera de las cinco obras te impactara, eso seguro. En lo personal me quedo con su última película, “El cuento de la princesa Kaguya”, una adaptación del cuento japones más antiguo y conocido, “El cortador de bambú” y una fantasía para los ojos pintada en acuarelas, única y poco reconocida, pero que, si te epata, la llevaras por siempre contigo.

Y ahora vienen dos advertencias, no veáis “Pompoko” con niños, pues a pesar de su aspecto, no es para niños, y tiene un secretito que no pienso desvelar, pero que es un poder de los mapaches protagonistas que ni en mil años adivinaríais. Tendréis que verla para saberlo, y, por cierto, la peli, a pesar de su tono alocado e infantil, tiene un potente mensaje y es muy entretenida.

Y la segunda advertencia, sobre la que he venido dando alguna nota a lo largo de este reportaje, es que, si vais a ver “La tumba de las luciérnagas”, la primera obra de Takahata en Ghibli, hacedlo bajo vuestra responsabilidad, no quiero quejas después, pues como he dicho antes es considerada comúnmente la película más triste de la historia, y aunque es una de las películas más importantes de Japón y de la historia del anime, aparte de una belleza, te retorcerá el corazón desde la primera frase, para después aplastártelo sin ninguna conmiseración. Yo llevo 20 años sin verla.

Es una joya, pero hay que pagar un alto precio por ella. Estáis avisados.

En cualquier caso, solo son mis recomendaciones personales, pero la recomendación más importante es que entres en este mundo y te dejes llevar por él, pues cada una de sus películas son únicas y bellas.

Y para concluir, retomemos un momento la lírica, y a mi admirado paisano Federico, que también dijo sobre la misma: “Pero ¿Qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle, y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía. Aquí está; tan solo mira”

Pues eso.

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